viernes, 12 de agosto de 2011

lo prematuro

las bruscas impetancias, que tremendo alarido provocasen en el correr de esa garganta chueca y ya avinagrada. las tres de la mañana suenan en los gallos alcohólicos. se va a matar pero enseguida. tiene que sacar la basura primero, eso sí. ha elegido el día porque es viernes a la noche y nadie va a llamarlo para salir, ni para entrar. presume de su soledad hasta que descubre que su soledad lo presume a él. con la elegancia de las sábanas recién atadas al lecho, porque antes de irse para siempre legará a quienes lo encuentren un mundo apenas desordenado por su sangre revuelta en el parquet. es bueno estar de pie mientras todos se emborrachan, piensa y mira la nube que atraviesa su balcón, flameando con sus estériles alas, llena de una incertidumbre cotidiana: va a llover o no, el día (la noche, enseguida) de su muerte? es importante saberlo para decidir si dejar afuera o no las plantas. no sería que una granizada de aquellas y adiós ellas con él, que no tienen nada que ver. el asunto no es con las plantas: el problema es de su misma especie y se llama carmen.
quizás sea carmen la que lo encuentre, al volver de viaje, porque él no ha tenido la valentía de separarse de ella por las buenas. toma un camino brusco, para su familia inesperado, porque siente que no puede escapar a carmen, que carmen es su destino, una hembra prosaica y casi bíblica que lo anuda a la existencia, siendo que antes de conocerla él ya tenía claro que necesitaba morir joven. y aprender a tocar la guitarra. a ser virtuoso con la guitarra y convertirse en músico, en mito y después en llanto: mareas de llanto en su nombre, muerto joven. carmen lo distrajo de ese objetivo y lo puso a amarla como un estúpido, con las marcas de su humedad rodeándole el cuerpo en indiscreta amenaza, con la voz de carmen pegada a la piel como una sanguijuela. casi humana, la tal carmen. un día va y se escapa. empieza a escaparse más seguido porque en el trabajo la mandan. tiene suerte: le pagan de más cuando viaja y puede cenar con esos buenos vinos. pero ya no le gusta la cosa. no es que él sea posesivo ni nada: quiere que carmen le diga con certeza si renuevan o no el contrato de alquiler del departamento. pero carmen nada, carmen empieza a omitirlo, a deletearlo como si nada.
aprovecha el sexto viaje (que es esta noche en que va a suicidarse) para planear su futuro. su futuro es un arma que le prestó con un amigo, con la condición de que no se suicidara. de qué le servirán la amistad, la lealtad, la palabra si va a morirse temprano, como había soñado? carmen se enterará después del ritual de buscar su llave en la cartera, no encontrarla, tocar el timbre, no enconrarlo, persistir en la búsqueda, encontrarlas sin más ganas que las de descalzarse, darle un beso jugoso y cenar algo liviano con su hombre, para irse a la cama. pero carmen no lo ama, no. lo que hace lo hace por sí misma, no? porque él le conviene, piensa él mismo y se relame en su cítrica existencia.
tiene que esperar que sea de noche, aunque el fogonazo estalle en las pupilas de los vecinos. también el ruido de la bala agujereándole la cabeza los alarmará. pero él no tendrá que poner la cara. cena liviano. se sienta frente al balcón con las hojas de la ventana desplegadas para que el viento que viene del sur se aloje en la casa. podría reacomodar los muebles en lugar de matarse. pero no tiene nada épico dar vuelta un sofá o invertir la posición de unos libros en la biblioteca. ese orden que vuelve sumisas las cosas, domésticas, ya no le sirve: él ansía el perfecto orden del más allá, la alucinante oscuridad perpetua de lo que no se sabe vivo. escucha la música del radio de los vecinos. la música lo deprime. en dos días, cuando carmen llegue, la deprimirá más. porque es música alegre, claro. y él ya estará muerto.
carga la bala (el olor a pólvora es peligroso como la canela), las balas, y deja el arma cargada sobre la mesa. el arma está ahí, junto a él. y el momento se acerca. ve el pasillo, nítido. al final del pasillo, una luz roja. no blanca, no se agranda, se acerca. el arma ahí. la noche ya. la hora. en el momento menos pensado, por fin, la oscuridad y la voz de carmen sobre sus manos que cubren sus ojos de macho nervioso: adiviná qué?, le dice ella al oído, susurrando. volví antes porque no aguantaba las ganas de verte, susurra carmen. y él ya está, frito. se quita las manos blancas, de uñas pintadas, de los ojos. y la oscuridad se escapa entre los dedos de carmen que lo besa mientras él, a tientas, esconde el arma.