viernes, 1 de junio de 2012

el buen malo

"puedes perdonar con más facilidad cuando te perdonas a ti mismo" me dijo, así en neutro. como hablan los mexicanos, que bien hablan.
eso de perdonar había sido innecesario todavía. de qué tenía que perdonarme a mí mismo? había hecho cosas mal, pero no taaan mal. y a las mal hechas las había barrido a disculpas y excusas de modo que mediara algún tipo de arrepentimiento en el corazón ofendido de los otros. pasa que uno nunca puede saber cuántos daños mayúsculos ha hecho, también.
fue inevitable pensar en las personas que creo haber lastimado. de distintas maneras y por diversos motivos, le he cagado transitoriamente los días a más de uno, y más de uno debe estar leyendo esto con un dejo de resentimiento, de rechazo. no sé quiénes serán. lo ignoro porque seguramente son los mismos con los que no hablo regularmente, aquellos cuyas vidas no se han enroscado a la mía de ninguna manera.
está bien, digo, podés tener enemigos. los enemigos están ahí, pero generalmente combatirlos implica llevarlos a diario con vos a todas partes, y quién tiene de verdad lugar para los enemigos? la enemistad, en realidad, es el olvido. no es enemistad ni siquiera.
así que después de hacer el análisis mental volví con el maestro: "maestro, no sé de qué perdonarme". me miró un momento, con esa sabiduría, y me dijo "de lo que vas a hacer en adelante: lastimar es inevitable". perdonarme, entonces, por crímenes hipotéticos, por delitos ulteriores. perdonarme de antemano al saber, al reconocer que ir creciendo (inexpertos como somos al cumplir cada año) es ir erosionando, que al crecer con los codos nomás ya vas filtrando alguna gente, ya podés dejar a alguien sin aliento, incluso arruinar una vida para siempre.
la certeza de que si aún no había lastimado demasiado lo haría en adelante me impulsó a medir bien, a medir con alguna sabiduría el efecto de mis actos. no se trata de no subir la voz para no despertar al monstruo interno. no se trata de entrar en la moral en puntitas de pie. se trata, simplemente, de entender que tus secretos, que tu personalidad, que tu razón y tus sentimientos pueden estar contrapuestos a lo que otros creen de vos, esperan o construyen. y hay que estar atento a eso: a no embarcar a nadie en una pesadilla, a no arrimar a quienes te dan amor un cacho de miedo. no jugar con el tiempo de nadie. no creer que un corazón metafísico tiene repuesto.
te vas más tranquilo después de que te has visto en el espejo de tus males. ser malo no está mal, lo que está mal es esconderlo, tener vergüenza de tu mal, tener terror de reconocer que morderías un cuello, que morderías un labio, que arrancarías de cuajo un pedacito de amor cuando tenés hambre. ser malo no está mal, lo que está mal es hacerse el bueno. porque los buenos, en general, son una cartulina, una máscara, el espanto. los buenos hacen las cosas tan bien que siempre la cagan. y al cagarla, los malos los perdonan. porque el perdón viene del mal, viene del error, viene de cagarla algunas veces y, sin embargo, tener los huevos, los ovarios que hagan falta para defender el derecho a la imperfección, la justicia de volverse bueno después de naturalizar lo malo, de entender que todos podemos darnos de jeta contra las paredes. y eso está bueno.