viernes, 1 de junio de 2012

el buen malo

"puedes perdonar con más facilidad cuando te perdonas a ti mismo" me dijo, así en neutro. como hablan los mexicanos, que bien hablan.
eso de perdonar había sido innecesario todavía. de qué tenía que perdonarme a mí mismo? había hecho cosas mal, pero no taaan mal. y a las mal hechas las había barrido a disculpas y excusas de modo que mediara algún tipo de arrepentimiento en el corazón ofendido de los otros. pasa que uno nunca puede saber cuántos daños mayúsculos ha hecho, también.
fue inevitable pensar en las personas que creo haber lastimado. de distintas maneras y por diversos motivos, le he cagado transitoriamente los días a más de uno, y más de uno debe estar leyendo esto con un dejo de resentimiento, de rechazo. no sé quiénes serán. lo ignoro porque seguramente son los mismos con los que no hablo regularmente, aquellos cuyas vidas no se han enroscado a la mía de ninguna manera.
está bien, digo, podés tener enemigos. los enemigos están ahí, pero generalmente combatirlos implica llevarlos a diario con vos a todas partes, y quién tiene de verdad lugar para los enemigos? la enemistad, en realidad, es el olvido. no es enemistad ni siquiera.
así que después de hacer el análisis mental volví con el maestro: "maestro, no sé de qué perdonarme". me miró un momento, con esa sabiduría, y me dijo "de lo que vas a hacer en adelante: lastimar es inevitable". perdonarme, entonces, por crímenes hipotéticos, por delitos ulteriores. perdonarme de antemano al saber, al reconocer que ir creciendo (inexpertos como somos al cumplir cada año) es ir erosionando, que al crecer con los codos nomás ya vas filtrando alguna gente, ya podés dejar a alguien sin aliento, incluso arruinar una vida para siempre.
la certeza de que si aún no había lastimado demasiado lo haría en adelante me impulsó a medir bien, a medir con alguna sabiduría el efecto de mis actos. no se trata de no subir la voz para no despertar al monstruo interno. no se trata de entrar en la moral en puntitas de pie. se trata, simplemente, de entender que tus secretos, que tu personalidad, que tu razón y tus sentimientos pueden estar contrapuestos a lo que otros creen de vos, esperan o construyen. y hay que estar atento a eso: a no embarcar a nadie en una pesadilla, a no arrimar a quienes te dan amor un cacho de miedo. no jugar con el tiempo de nadie. no creer que un corazón metafísico tiene repuesto.
te vas más tranquilo después de que te has visto en el espejo de tus males. ser malo no está mal, lo que está mal es esconderlo, tener vergüenza de tu mal, tener terror de reconocer que morderías un cuello, que morderías un labio, que arrancarías de cuajo un pedacito de amor cuando tenés hambre. ser malo no está mal, lo que está mal es hacerse el bueno. porque los buenos, en general, son una cartulina, una máscara, el espanto. los buenos hacen las cosas tan bien que siempre la cagan. y al cagarla, los malos los perdonan. porque el perdón viene del mal, viene del error, viene de cagarla algunas veces y, sin embargo, tener los huevos, los ovarios que hagan falta para defender el derecho a la imperfección, la justicia de volverse bueno después de naturalizar lo malo, de entender que todos podemos darnos de jeta contra las paredes. y eso está bueno.

jueves, 24 de mayo de 2012

himno


iba con mi madre en un susuki blanco. 
al otro día iban a vacunarme en la escuela y ya me dolía. 
me dolía de antemano. 
encima del brazo tenía la sensación de los documentales, 
de lo que había visto y oído, 
de lo que intuía. 
la aguja perforando mi brazo. carajo. 
mierda de vida. 
miraba los rostros de los obreros. 
miraba el gesto de los albañiles y pensaba
que eran pobres pero afortunados: 
a mí iban a vacunarme. 
estaban inmunizándome, seño, 
o me estaban matando?
qué querían con mi cuerpo, profe?
edulcorarme o volverme mogólico?
darme un shock de magia
o paralizarme frente a la vida, 
no sentir dolor?
qué tenían aquellos castigos miserables, 
qué hay de todas las sumas que borré al pedo?
alguien va a devolverme, 
al contado, 
las lágrimas por los muy bueno?
quién acotará mis costas que ahora se han desbordado?
no usaré nunca más más de un pulóver. 
lo juro. 
evitaré cualquier corbata que no sea recreativa. 
qué prentendían aquellas jeringas, aquellas agujas?
hipnotizarme?
no han conseguido hacerme suficiente daño. 
he salido impune de varios besos y me he recatado. 
giro y persigo el paranocio giro. 
quiero ver bailar sobre el cambio tu espalda desnuda, 
tu espalda única. 
tu espalda tan fin del mundo. demasiado. 
he pensado en revelar y rebelarme. 
he pensado en cosas que no pienso seguido. 
ir a las maestras, 
buscarlas, 
hacerles preguntas difíciles para humillarlas. 
algunas, 
amorosas, 
tendrán todavía maquillaje y sonrisa. 
estarán intactas las bonitas de mi infancia. 
las compañeritas que amorosamente me daban vuelta la cara. 
temían su vagina más que mis entrañas
y allá estábamos: simulando ser cristianos. 
quiero ser judío. quiero ser lo que seas. 
porque también estoy escribiéndote a vos. 
porque también estoy escribiéndole a ellas. 
porque también estoy escribiéndome y desgarrándome, 
como un pedazo de níquel que ignora la cerveza, 
como los metales que no saben de los ácidos. 
duros. estrictos. conscriptos. 
todos cerrándose encima de la ventana abierta del susuki blanco. 
y yo pensando, pensando: qué suerte tienen los demasidos, 
los vastos adultos sin escuela que mañana no serán vacunados. 
qué suerte la ajena. qué suerte, carajo. 
fueron varios años de pensar lo mismo. 
de pensar eso. 
hasta el día, adolescente, en que comprendí algo. 
en que se sellaron las capas de mi cráneo y dije eureka y aleluya y vivaperóncarajo. 
ese día (incierto por cierto y todavía pálido y borroso)
la vida se me mostró desierta como una mosca atascada en la fantasía del vidrio. 
como las moscas que yo cazaba después del almuerzo mientras la silvia merodeaba la cocina. 
la mosca asediada, contra lo transparente insoportable. 
la mosca frente a la nada imbatible. el atajo asesino y mosquicida. 
la mosca resuelta a entrar en mi pequeña cajita de metal. 
la mosca resuelta a matarse, loca de amor y embarazada (tal vez) de un mosco encantador. 
la mosca en la caja y el niño en la casa. 
crece. crece. lo aman y lo besan sus maestras. 
le dan la bandera (con cuatro más, ojo).
le planchan el pelo y la cabeza. 
lo mandan a estudiar afuera. lo aman. 
lo besan, lo quieren, lo rezan como buenos cristianos. 
lo empujan al abismo de sí mismo y a las camisas. 
elige las remeras y el simulacro. 
te elige en la vida como jamás se hubiese elegido a sí mismo. 
qué vamos a hacer a partir de ahora sino escaparnos?
qué haremos desde esta hora sino salir por atrás, hacia el patio?
el patio del mundo dirás, con todo la onda. 
yo diré vamos. vos dirás vamos. 
los vamos se irán de la mano. 
junto a junto abrirán la camisa del niño malvón transplantado. 
el ciclo del hombre cerrará sobre la mismísima entrepierna. 
liberados en el pólen del futuro inútil. 
nihilistas de almas tomar. 
apoderados y sinuosos como estelas de barro. 
blancuzcos como el minuto de sol en que se suicida un rayo. 
abrigándonos todavía. 
la revolución ha pasado a segundo plano. 
la revolución ha mutado en literatura. 
al abismo le han sembrado árboles y alegría. 
las plazas son clarísimas y siniestras, como datos. 
el cura espera en la misa y muere solo, seco de esperma.
nosotros, en cambio, moriremos de pie, como los árboles (de casona). 
(cursi, básico, sin abs ni levantavidrios teatro).
ni tanto. 
moriremos como haya que morirse. como sea necesario. 
miraré al niño pasar y le diré que no permita, 
por nada del mundo, 
que lo vacunen contra algo. 
que no puede pasarle nada malo. 
que confíe. 
sabe más una tía vieja que toda la literatura inglesa. 
los años nunca serán suficientes para ser conscientes de la vida. de lo vivo. 
jamás entenderemos científicamente el beso. ni el vaso. 
arder es el principio de estar curado. 
curarse es inventar el paraíso sin esperar dios a cambio. 
libertad. 
libertad. 
libertad. 

miércoles, 11 de enero de 2012

eh, dad

pensó, arbitraria, en imprimirle a su escote un nuevo brillo, una madurez todavía turgente. no pasada, como estaba. quería hacerse algo, refrescarse (se hubiese echado hielo en la cara, claro, pero es improbable). juntó el dinero, fue con el cirujano y le dijo "dos tetas así de grandes". y así de grandes se las hicieron. enseguida notó que le faltaba el aire. lucía orgullosa su verano pero se volvía violeta con el paso del tiempo, se le coagulaban las ideas y hacía falta envenenarla los sábados por la noche para que bailara. no hace falta decir en qué condiciones vivía, con qué holgura. atevido es señalar que sí, cogía, pero le debía esa euforia a la curiosidad de los muchachos, siempre hedonistas, que la cortejaban. se acostaban con ella solo para probar que todo aquello era cierto. después, ya no les gustaba. no dejaban teléfonos, ni mails. mucho menos direcciones. se lo hacían de parados, en un asiento o en un hotel alojamiento, de modo que pudiera esconderse, después, el paradero.
el tiempo laa llenó de bilis y plegarias. arrimada a la religión pagana que denostan los cristianos, evacuó temores como tumores y fue expulsando al diablo de su pecho. ya no necesitó pagar para sentirse bien. los muchachos se fueron y las tetas comenzaron a debilitarse, cual si las hubiese inflamado el deseo de ostentarlas más que el agregado interno. cual si la ciencia fuese ridícula y ridiculizante. cual si el arqueo espantoso de su columna anciana no pudiese ser, para su cuerpo, esclarecedor e irremediable. estaba vieja, qué le iba a hacer. cortarse la yugular en dos pedazos? inyectarse goma para sobrevivir a su propio espanto? y si en esta nueva aceptación la dicha cundía, la dicha pronto iba a acabarse.
el repliegue de las tetas contrajo también el apetito. un silencio descomunal reinaba en la casa. unían las moscas infranqueables signos a través del humo. fumaba y lloraba, con la misma patética ironía con que se condena el homicidio un segundo antes de cometerlo. estaba sola y la casa olía a cenizas. eran sus propias cenizas abriéndose paso entre las moscas, mejor dicho invitándolas, incitándolas. llamando por altavoz a los gusanos. gritándoles. "gusanos! gusanos!". caminaba hacia la puerta blanca que unía la calle con la casa. la puerta daba a otras puertas que a la vez abría. hasta el portazo final, en que despertaba en brazos de su padre.
era de las que no decían el año de su nacimiento.

viernes, 12 de agosto de 2011

lo prematuro

las bruscas impetancias, que tremendo alarido provocasen en el correr de esa garganta chueca y ya avinagrada. las tres de la mañana suenan en los gallos alcohólicos. se va a matar pero enseguida. tiene que sacar la basura primero, eso sí. ha elegido el día porque es viernes a la noche y nadie va a llamarlo para salir, ni para entrar. presume de su soledad hasta que descubre que su soledad lo presume a él. con la elegancia de las sábanas recién atadas al lecho, porque antes de irse para siempre legará a quienes lo encuentren un mundo apenas desordenado por su sangre revuelta en el parquet. es bueno estar de pie mientras todos se emborrachan, piensa y mira la nube que atraviesa su balcón, flameando con sus estériles alas, llena de una incertidumbre cotidiana: va a llover o no, el día (la noche, enseguida) de su muerte? es importante saberlo para decidir si dejar afuera o no las plantas. no sería que una granizada de aquellas y adiós ellas con él, que no tienen nada que ver. el asunto no es con las plantas: el problema es de su misma especie y se llama carmen.
quizás sea carmen la que lo encuentre, al volver de viaje, porque él no ha tenido la valentía de separarse de ella por las buenas. toma un camino brusco, para su familia inesperado, porque siente que no puede escapar a carmen, que carmen es su destino, una hembra prosaica y casi bíblica que lo anuda a la existencia, siendo que antes de conocerla él ya tenía claro que necesitaba morir joven. y aprender a tocar la guitarra. a ser virtuoso con la guitarra y convertirse en músico, en mito y después en llanto: mareas de llanto en su nombre, muerto joven. carmen lo distrajo de ese objetivo y lo puso a amarla como un estúpido, con las marcas de su humedad rodeándole el cuerpo en indiscreta amenaza, con la voz de carmen pegada a la piel como una sanguijuela. casi humana, la tal carmen. un día va y se escapa. empieza a escaparse más seguido porque en el trabajo la mandan. tiene suerte: le pagan de más cuando viaja y puede cenar con esos buenos vinos. pero ya no le gusta la cosa. no es que él sea posesivo ni nada: quiere que carmen le diga con certeza si renuevan o no el contrato de alquiler del departamento. pero carmen nada, carmen empieza a omitirlo, a deletearlo como si nada.
aprovecha el sexto viaje (que es esta noche en que va a suicidarse) para planear su futuro. su futuro es un arma que le prestó con un amigo, con la condición de que no se suicidara. de qué le servirán la amistad, la lealtad, la palabra si va a morirse temprano, como había soñado? carmen se enterará después del ritual de buscar su llave en la cartera, no encontrarla, tocar el timbre, no enconrarlo, persistir en la búsqueda, encontrarlas sin más ganas que las de descalzarse, darle un beso jugoso y cenar algo liviano con su hombre, para irse a la cama. pero carmen no lo ama, no. lo que hace lo hace por sí misma, no? porque él le conviene, piensa él mismo y se relame en su cítrica existencia.
tiene que esperar que sea de noche, aunque el fogonazo estalle en las pupilas de los vecinos. también el ruido de la bala agujereándole la cabeza los alarmará. pero él no tendrá que poner la cara. cena liviano. se sienta frente al balcón con las hojas de la ventana desplegadas para que el viento que viene del sur se aloje en la casa. podría reacomodar los muebles en lugar de matarse. pero no tiene nada épico dar vuelta un sofá o invertir la posición de unos libros en la biblioteca. ese orden que vuelve sumisas las cosas, domésticas, ya no le sirve: él ansía el perfecto orden del más allá, la alucinante oscuridad perpetua de lo que no se sabe vivo. escucha la música del radio de los vecinos. la música lo deprime. en dos días, cuando carmen llegue, la deprimirá más. porque es música alegre, claro. y él ya estará muerto.
carga la bala (el olor a pólvora es peligroso como la canela), las balas, y deja el arma cargada sobre la mesa. el arma está ahí, junto a él. y el momento se acerca. ve el pasillo, nítido. al final del pasillo, una luz roja. no blanca, no se agranda, se acerca. el arma ahí. la noche ya. la hora. en el momento menos pensado, por fin, la oscuridad y la voz de carmen sobre sus manos que cubren sus ojos de macho nervioso: adiviná qué?, le dice ella al oído, susurrando. volví antes porque no aguantaba las ganas de verte, susurra carmen. y él ya está, frito. se quita las manos blancas, de uñas pintadas, de los ojos. y la oscuridad se escapa entre los dedos de carmen que lo besa mientras él, a tientas, esconde el arma.

miércoles, 27 de julio de 2011

necesárea

pone su mano ahí, en el triángulo de la bermuda, y le dice que la ama. no la ama, pero bueno, en verano le vale madre. hace hincapié y se hinca, con los pies levemente posados sobre el revés de la planta, el tobogán que empuja hacia los dedos. y la besa entre las piernas. como sabe besar. ella se deja porque, total: en verano que se los lleve el diablo. verán después. hace mucho calor y se viene el viento. el viento que aletea las persianas y despierta a los vecinos pero a ellos no, porque están despiertos, sudando, como animales que hablan castellano.
los insulta el alarido de la tormenta, las hojas díscolas que se desparraman a pesar de estar fuertes y verdes y no pesar tanto como el sol, acaso. ellos ni tanto: como si las sábanas fueran nieve que derretir. como si les hiciera falta mucho el agua, sudor mediante. los trapos que se atrapan con la boca son ellos mismos, sosegados apenas por el humo del tabaco y la adrenalina con que brilla el televisor. en el retrogusto, el momento ulterior, el después. la banalidad exótica del vino tinto desparramándose entre las tripas. el viaje de la cama al baño y visceversa. el besarse cabizbajos y hasta abajo, de nuevo, reiniciando el rito.
volver a verse meses después, de casualidad. ni un teléfono ni una nada pero sí un hijo. un hijo que le crece a ella pero también le crece a él. "te he buscado hace rato", le dice. él no sabe qué responder. estuvo fuera del país o algo así, no? estuvo buscándose la vida por allá, lejos. se arrimó a otras, eso sí. no la extrañó y ella tampoco. eso es bueno. son inmunes. pero qué hacen con el hijo? ella lo ha dejado pastar en sus entrañas hasta encontrarlo. estaba dispuesta a guardárselo como un regalo hasta que él apareciera, de casualidad, como apareció.
no se aman, está claro. amarse no es un deber. algo hay que hacer. en algo debe ocuparse el corazón, mientras tanto. por si la muerte y ese tipo de cosas. los coarta desde temprano, suponete, y después qué? después qué le cuentan las fotos al hijo? al hijo que van a tener, está claro. porque a él le parece una buena idea, también. hacía mucho tiempo no tenía buenas ideas y está contento. hasta se van a vivir juntos.
llega el día. bueno, la madrugada. muy despacio él la viste a ella, que chorrea. van caminando hasta el auto, el uno al lado del otro. no dilata y es un tema, viste, porque se puede desgarrar. él no quiere que se desgarre, por las dudas. tomaron mucho vino la primera y última noche que se ardieron. después sí, bueno, se acostaron. se hincaron y se lamieron como mascotas, dignos de una enciclopedia banal, una encarta abúlica y costumbrista. no se puede decir que tuvieron el mejor sexo del mundo. pero se gustaban, apenas. ciertos detalles, algunas muecas, una forma de gritar.
él se sentó en la sala de espera mientras cundía la cirugía. entonces las campanas empezaron a sonar azules y, por error, tuvieron una niña. que llamaron soledad. porque sí, nomás. porque así quedó, en la incubadora, esperándolos. la llevaron al hogar (sesenta metros cuadrados de humedad) y la dejaron en medio de la cama grande, adonde apenas si se intuían el uno al otro. los dos la vieron al mismo tiempo y ella los vio a su vez. él deseó una cosa nueva, una cosa que no había deseado jamás: que cicatrizara pronto la herida de ella, que los puntos de la cesárea dejaran de sangrar. para poderla amar. ser dos. o uno, llenos de soledad.

domingo, 24 de julio de 2011

la mitad oscura del sol

si el sol fuera una moneda, bueno: debería tener una mitad oscura. una mitad oscura que fuera la luna de otro planeta. el universo sería una mesa sobre la cual el círculo resplandeciera. una mesa negra, no? algo minimalista. puede ser. si el mundo fuera una suma de tablas sobre la que apoyar la cena y olvidar las sobras de la cena. sobre la que hacer el amor, encenderse. si el universo fuese una mesa sobre la cual apoyarse para escribir unas memorias. las memorias del lucero del alba encandilado por los gallos. por los gallos de oro del sol. leer a rulfo. casi con devoción.
ponerle a la mesa un mantel (el cielo) y pernoctar dejándole muecas de vino sobre el hule. pedacitos de carne humana en los vértices. y postre, sobre todo postre. si el sol fuese una moneda tomarse un colectivo con un sol para ir a verla, siete mil kilómetros allá, y gastar toda la luz del mundo por un solo beso. por agua, digamos. eso quiero decir.
la soledad aparece para hacernos compañía. estamos muy solos a pesar de tanta gente que no cabe en las ciudades. las ciudades bajo el sol (moneda) están solas y muertas de hambre. muertas de sangre, también. pero la violencia es un mal necesario, no? digo: tirar un vaso contra una pared para no sentirse un estúpido, un insensible. creer en dios para pasar el rato, para gastar el sol en un helado sin perder la cabeza, sin volverse loco, sin atormentarse.
quiénes ven la mitad oscura del sol? quiénes son nuestros hermanos? quiénes cuando nos bronceamos observan la negritud y rezan pensando en nosotros? como nosotros le rezamos. dios bendiga a la serpiente emplumada.
venga la noche y hágase la luna, para que el sol tenga sentido.

miércoles, 15 de junio de 2011

la puta invertida


Oscurece aterrada. Sus copas, sus ropas. Tiradas por el piso. Rotas. Las ropas y las copas. Porque ella se emborrachó muchísimo y ya no supo más qué hacer. Pero saben lo que hizo? Echó a todo el mundo de la casa y apagó las luces. Quería estar a solas con los restos de sus invitados, las cosas que habían olvidado por las habitaciones. Desde la muerte de sus padres le había costado muchísimo asumir la felicidad de la gente. Prefería la euforia. Dar gritos y saltos y después sumirse en un desesperado silencio. Meditar sin pensar demasiado. Hacerse daño despintándose los ojos si total qué, la vida era una mierda igual. Hasta la próxima vez que descorchara algo. Los llamaba a todos para invitarlos un Möet. En la bodega de su casa sobraban. Su padre los había ido acumulando durante la agonía como si hubiese sabido que ella iba a necesitarlos. Dos cánceres al mismo tiempo, en la misma casa. Fueron unos meses revueltos y por esos meses cumplió veintidós. Se tuvo que ir a haciendo a la idea de terminar la universidad para orgullo de nadie.
Hasta que un día, finalmente, murió su madre. Dos semanas después (potenciado por la tristeza) su padre. Dos ricachones cuyo dinero era impotente frente a la metástasis. Su abuela le escribió desde República Checa para decirle que sentía mucho la muerte de su hijo, pero justo estaba comprando unos cuadros preciosos. Le describió los cuadros. Mercedes podía imaginarse los colores, pero no verlos. El mundo se había vuelto repentinamente blanco y negro hasta una noche en que tomó de más. Descubrió que estaba viva cuando no estaba sobria. Los amigos de la facultad no tenían casa para una previa y así empezó la cosa.
Aquella noche volcaron una botella de tinto entera en la alfombra de la biblioteca. Mercedes se alarmó muchísimo, se largó a llorar como una nena al borde del manchón bordó y aunque todos intentaron consolarla se descargó como una suave tormenta que terminó lavando su cuerpo. La mancha durará para siempre. Pero ya no le importa. Toda la casa está manchada. Ella misma es una mancha. O un borrón, piensa.
-Alguien tiene que hacerse cargo de las muertes injustas, Mercedes, por eso los sobrevivientes se llaman “deudos”-le dijo al visitarla el obispo de la provincia. Fue la última vez que ella lo invitó a cenar.
El obispo llamó un par de veces, fue hasta la casa, quiso dar con ella. Ninguna de las mucamas quería dejarlo pasar. El obispo le pidió a dos monaguillos que lo ayudasen a trepar la medianera para ver si la niña estaba bien (los ingresos de la familia a la Santa Iglesia eran frondosos y lo desesperaba dejar de contarlos). El obispo se machucó una pierna pero pudo llegar a su ventana. Allí la vio desnuda, mientras dos adolescentes le chupaban entre las piernas. Los adolescentes eran Adolfo y Enrique, que durante algún tiempo vivieron en la casa, a costa de ella, hasta que se cansó también de ellos y empezó a intercalar.
Las primeras orgías fueron sutiles, avergonzadas y podría decirse que hasta decentes. No pasaron más allá de una tranza comunitaria, manotazos de ahogados, lenguas que iban y venían sin rumbo fijo. Fue desesperante amanecer esos primeros días. Se sentía insegura de sí misma, insegura de lo que estaba haciendo. Pero Mercedes desayunaba un vermucito y se tranquilizaba. Miraba hacia el patio, adonde los rosales de mamá se secaban.
Reducir la planta permanente de sirvientes fue su mejor error. Pero estaba conforme. La casa se volvió un basural y las dos mucamas fieles que quedaban un día dejaron de ir. Qué le importaba a ella, si no le importaba nada. Ni siquiera Betún, el gato, que antes de morir de hambre renunció a su amor y se marchó. Hasta el gato se mandó a mudar, pensaba Mercedes. Pero no quería pensar mucho. Fumaba porro al atardecer. Veía cómo caía el sol entre las luces siempre encendidas del patio.
Por qué? Para qué cruzar la vereda? Para que le diera un poco de sol? Mercedes marcaba a sus amigos y sus amigos le traían lo que necesitara, con tal de vivirle la casa, la fortuna. Mercedes pagaba bien. Era una puta invertida. Le encantaba serlo. Estaba dichosa se haberle encontrado una salida al hueco de la existencia. Las madres de otros le lavaban las bombachas (todo lo que, prácticamente, usaba), y eso la hacía feliz de a ratos. El jabón en polvo le evocaba el ejército de mucamas, las acristaladas sonrisas de su madre. De su madre que la había hostigado desde la primaria volviéndola una nerd insegura, llena de malditas obsesiones, de temores, de paranoicas culpas. Que si besaba antes de los trece, que si garchaba dos semanas después de que le venía. Así y todo llegó a abanderada. Y su madre la abrazó orgullosa por romper el mito de que las niñas ricas no pueden ser buenas alumnas. De que las niñas ricas son taradas y cínicas como sus padres que, no obstante, han hecho con inteligencia de los demás sus servidores. De qué lado estaba Mercedes en la mesa? A la izquierda de su padre. Tenía a su madre enfrente y su padre le corregía las posturas obligándola a comer con dolor. Mercedes rogaba que su padre no se ofreciera a llevarla con su chofer a la escuela. Se bajaba y le daba esos besos jugosos, falsos, delante de las demás nenas. Para que las demás nenas (estupidísimas) pensaran que además dinero tenía un padre bondadoso y bien parecido que la acompañaba hasta la puerta de la escuela, protegiéndola además de brindarle una trouppe de profesores privados que la bien educaban. El famoso espíritu santo. Los guiños cómplices de las maestras en las multiple choice. Esos párpardos que indicaban, nítidamente, “la A, Mercedes, la respuesta A”. Porque si no papá no pagaba. Un cero solo vale a la derecha del uno, obesas maestras gordas!
Mercedes sentía pavor de que sus amigas descubrieran que en realidad no estudiaba. Se pasaba comiendo dulce de leche de la lata porque total no engordaba. Porque hasta en eso había salido a la madre: culoncita, menuda, pechugona. Y, afortunadamente, castaño clarísimo, casi rubia, de ojos claros. El sueño de cualquier primo lejano que viniera de visitas, unas vacaciones, para atracarla vuelta y vuelta en la lavandería, el único lugar al que no iban a encontrarlos jamás los padres. Las mucamas sometidas al chantaje de los niños sexuados, que ofrecían dinero a cambio de lealtad y, sino había más remedio, una contundente amenaza de acusarlas. Acusarlas de qué? De cualquier cosa. De que estaban robando dinero de los cajones, de que se probaban la ropa cuando la madre no estaba, de que traían a sus novios oscuros y los hacían cogerlas en el jacuzzi de la suite principal mientras ellos viajaban por Medio Oriente. Cualquier palabra sonaría escasa ante la de Mercedes. Mercedes lo sabía y ese poder la cautivaba. Mercedes supo ser la más puta de las niñas escudándose en un notable disfraz de modelo. Modelo de qué sería Mercedes? Todas las madrugadas, al acostarse, se hace la misma pregunta: a qué vienen esos clamores ciegos de sus amigos fans hechizados por el ganaderos-way-of-life.
A Mercedes habían dejado de importarle las vacas. Las vacas habían sido vendidas por los mismos que se habían quedado con las tierras, los empleados que su padre tan celosamente regulaba. Aquel no era el principal ingreso de la familia sino un hobby de su viejo. Un hobby caro, como los caballos. Trabajar, trabajaba en la empresa que liquidó antes de morir, para que ella heredase buena plata. Mercedes la heredó y quiso cobrarla de una vez y dejarla en un lugar de la casa. Enterró un poco bastante, metió escondites en los árboles. Llenó de billetes los libros y sus amigos fueron quedándose con algunos vueltos. Pero a Mercedes no la plata no le importaba. La clase no es una cuestión de dinero.
Mercedes contempló, desatendida, el contorno de su cuerpo recortado en el espejo del baño. Siempre había reclamado que hubiese allí un espejo de cuerpo entero, para verse bien. Pero los padres, ante la mera sospecha de la masturbación, se lo habían negado. Una vez que ellos murieron Mercedes pudo mirarse desnuda en el espejo del living y descubrió que era hermosa. Esa hermosura etílica que sudaba la inclinó a la noche, la farra y el divertimento. La casa era una fiesta casi diaria y como distaba varias manzanas de las demás nunca hubo problema. Alguna vez llegó la policía, sí. Porque la potencia de las luces de colores en el cielo del martes los alarmaba. Festejaban un cumpleaños, dijo Mercedes, y les dio cien pesos a cada uno. Los policía son los taxiboys más baratos.
Hubo una época en la que ni siquiera quería acostarse. Después de la muerte de los padres ni siquiera tuvo necesidad de estudiar y entonces se daba y se daba con todo por la nariz todo el día. Ya era grande y su vida no tenía sentido. Estaba triste, terriblemente apenada y gris desde la muerte de los padres. Recogida. Y ese recogimiento terminó embarazándola.
Lucero nació una siesta gracias al papá doctor de uno de sus amigos, por parto natural. El partero podía sentir el perfume a alcohol de la casa a varios kilómetros de distancia por lo que no hubo que esterilizar nada. Mercedes se vio ahí, con Lucero en los brazos, y pensó qué futuro le esperaba a la niña entre sus brazos. Quería que Lucero saliera puta como la madre o prefería, en todo caso, que saliera cheta como la abuela? Abandónica como la bisabuela? Quizás estaba en Roma la vieja y ni se enteraba. No la veía desde los once años. Ya no importaba. Que su abuela estuviera viva o no, qué más daba. Mercedes tuvo a Lucero entre los brazos y se sirvió una copa de champagne para celebrarla. Era tan bonita la nena. Podría gatear, fácil, hasta los cuatro años. Romper cosas, arañar muebles. No le faltaría nada. Tendría todos los caprichos. Crecería en sus propios vicios y nadie velaría por su moral salvo ella misma. Lucero iba a ser libre como nadie. La dejaría hacer y deshacer a su manera. Para que ella sí saliera ingeniera.