jueves, 19 de mayo de 2011

turrón anarco

los niños saben que son alumnos? no, no toman conciencia. 
así que el niño se me cola y pide un turrón. ojalá a mi edad no pida, como yo, un paquete de puchos. salgo y me lo encuentro desayunando turrón con un perro al lado. miro alrededor y no veo padres. me aterra no ver padres cuando veo un niño. 
-estás solo?
-ajá-y sigue comiendo.
-no vas a la escuela?
-si, ahora voy. 
porque al niño lo habían mandado a hacer unas fotocopias al quiosco de enfrente y yo, tan boludo, no me di cuenta. así que el niño salió de la escuela privada en la que sus padres lo meten y fue a hacer unas fotocopias para unas maestras. porque en la escuela privada esa no tienen ni para fotocopias, parece. 
los padres de los niños que no andan sueltos se bajan de unos autos descomunales. me parece que les preocuparía que sus niños estando en la escuela cruzan las calles que ellos les niegan. 
así que este niño puede aprender más yendo de su casa a la escuela y, sobre todo, de la escuela al quiosco. un niño que ni siquiera sabe lo que es un perro callejero ahora se sienta y come turrón al lado de uno. y el perro lo mira y el niño, de reojo, tantea el cristal de sus ojos pardos. espera un pedacito de turrón. no se puede esperar un pedacito de turrón de un niño al que le sobran turrones. 
esa forma de libertad que adquiere el niño, intocable, es la que me niega que deba denunciarse a la escuela por dejarlo salir. porque si: a la escuela no le importa el niño, le importa el cliente. la educación privada es clientelismo de clase media, como tantas otras cosas. yo mismo fui a una escuela privada (masencima católica) y no siento ningún pudor en decir que la mayoría de lo que soy lo aprendí cuando en quinto año de la secundaria me cambiaron a una pública a la que tuve que ir caminando, y no en la confortable comodidad del auto de mi vieja. no sufrí para nada, eh. no hay nada más que odie más que un tipo desagradecido. no lo soy. 
dejé al niño ahí nomás, qué iba a hacerle? son niños medios cretinos esos, no les interesa hablar ni lo que vas a decirles, no reciben consejos ni escuchan otra voz que no sea la de sus padres y, luego, al dinero. o se salvan, como me pasó a mí. y leen y piensan para otro lado. y son moldeados con más turrones en la vereda, con más tiempo para hacer cagadas, con un cacho más de calle de ciudad pequeña. 
el niño no sabe que es alumno, pero está vestido de alumno. su turrón en plena calle es una alerta para todo el sistema educativo y sobre todo para los padres que mandan esos niños a esa escuela. para mí es un toque de anarquismo en ayunas. nadie le permite estar sentado acariciando un perro hinchado de pulgas, ni comprarse el turrón, ni hablar conmigo, ni ver cómo le asfaltan los pies a los árboles. pero los niños pueden abstraer el peligro, todavía. y eso los salva. en algún sentido, la ignorancia. la ignorancia que impide el miedo. el niño frente al peligro, solo, como el humano contra la muerte. aprendiendo todo. 

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